~ música ~

Cap 19: Decisiones extrañas

Tanto Marco como yo gritamos el mismo nombre: Lucas. Por fin había despertado.

Siguiendo el ejemplo del chico salvaje, me dirigí rápidamente hacia la cama. Cuando Lucas nos vio, no fue capaz de decir nada pero, sus ojos revelaron gran emoción.

- Marco… Trinidad… ¿cómo? No entiendo nada. – trató de enderezarse y profirió un quejido.

- Bienvenido al mundo del dolor – intervino Marco, sin duda ése era un gran recibimiento.

- ¿Cómo te sientes Lucas? – estaba ansiosa por saber lo que había ocurrido.

- Si hermanito, queremos saber cómo estás, y lo más importante, cómo demonios fuiste a parar al suelo de ese bosque.

Lucas pareció abrumarse por nuestras preguntas y puso cara de confusión. Suspiró mientras miraba fijo a su hermano y dijo:

- Antes de contar lo que me pasó, me gustaría saber cómo llegaste aquí.

- Eso es algo que me gustaría mucho saber – me miró – pero creo que por ahora sigue siendo un misterio.

- ¿Cómo dices? Es imposible que llegaras sin saberlo… ¿o no?

- No lo sé Lucas. Las cosas están complicadas – Marco me volvió a mirar – al parecer, tu noviecita hizo algo para que yo viniera.

¿Qué sabía Marco de mí? Y, no sólo eso, ¿por qué me llamaba “noviecita” con tanta naturalidad?

- Trinidad – la voz de Lucas se hizo más suave cuando se dirigió a mi y por dentro sentí que me derretía – lamento haberte dejado sola. No esperaba que sucediera esto.

- Tranquilo Lucas, es obvio que nadie quería que pasara esto. Lo importante es que ya estás mejor, porque ¿lo estás?

- Si, me siento diez veces mejor que antes de desmayarme.

- ¿Te desmayaste? No me vas a decir que un Gilleman se desmayó, por favor Lucas, esperaba más de ti – Lucas pareció sentirse avergonzado.

- ¿Por qué tienes que ser tan desagradable?

- No te metas en cosas que no te importan. – Marco volvía a ser antipático conmigo.

- Cálmate Marco, ella no te ha hecho nada.

- ¿Que no ha hecho nada? ¡Mírate! ¿Crees que te habría pasado esto de haber estado en Odunia con tu familia? O, por lo menos, si no estuvieras por ahí, preocupado de humanas que no valen la pena.

Los hermanos Gilleman estaban claramente discutiendo algo serio. Yo no alcanzaba a detectar el total del asunto, pero podía entender que en cierta forma yo estaba dentro del conflicto.

- ¡No le digas humana!

- ¿Esto se va a convertir en una pelea lingüística?

- Ay Marco, esta clase de conversación no la tendría con nadie más. Sabes muy bien que nunca he compartido tu aversión por la… gente que no es de Odunia.

- “Gente que no es de Odunia”… quien lo diría. Tantos años que hablábamos de nuestra superioridad como raza y ahora, te convertiste en un oso de peluche por esta enclenque.

- ¡Oye! No voy a permitir que hables así de mí – por un momento me había perdido en la conversación y me había dedicado a observar pero las palabras de Marco eran demasiado fuertes.

- Marco, vete ahora mismo de esta casa.

Lucas se había sulfurado demasiado, su cara estaba roja de ira y su mandíbula temblaba levemente. Nunca lo había visto tan enojado, ni siquiera aquella vez que discutimos en el estacionamiento de la universidad.

- ¿Quieres que me vaya?

- ¿Es que no entiendes el español?

- Lo entiendo perfectamente. Incluso mejor que tu. Le diré a mamá que tu trasero sigue a salvo. Pero no gracias a ella – me señaló con odio.

- Dile que en la noche iré a verla.

- No soy tu mensajero.

Esas fueron las ultimas palabras de Marco, después de eso, con una mano tomó la especie de bastón que traía en la espalda y con la otra, agarró el medallón que colgaba en su cuello mientras decía unas palabras extrañas. Luego, una luz azulina llenó todo el cuarto; para cuando mis ojos se acostumbraron a la luminosidad, sólo estábamos Lucas y yo en la habitación.

- Disculpa a mi hermano. Es un imbécil.

- No Lucas, no digas eso de tu hermano.

- Pero…

- No sigas con eso. Dime ¿cómo te encuentras?

- Me siento algo débil, pero estoy bien.

- Estaba tan preocupada – sentí como una lágrima amenazaba por salir de mi ojo – cuando vi que no aparecías, decidí buscarte pero me costó demasiado y cuando te encontré tirado en medio de los árboles, estabas tan pálido y no reaccionabas a nada – mi llanto ya estaba declarado.

Lucas respiró tranquilamente y con sumo cuidado, se sentó en la cama. Estiró una mano y tomó el borde de mi cara de modo que me obligaba delicadamente a mirarlo a los ojos.

- Te ruego que no estés triste. Lo que me pasó ya no importa, ahora estoy bien, y contigo.

Me arrojé a los brazos del chico de los ojos pardos. Sentí como sus brazos rodeaban mi cintura y acariciaban suavemente mi espalda. Estaba tan a gusto cuando estábamos cerca, respiré su aroma y sentí como mi corazón bombeaba rápido y fuerte.

- ¿Qué fue lo que te ocurrió?

Lucas me separó de su cuerpo pero me mantuvo cerca. En un primero momento me miró de forma abrasadora, como si sus ojos pudieran quemarme por completo pero luego, vi un pequeño asomo de timidez.

- ¿Qué sucede?

- Es que, me avergüenza contarte lo que ocurrió. – había desaparecido el chico que tanto quería, en cambio, frente a mi, había un chico que se mostraba absolutamente indefenso ante mí.

- No quiero presionarte, sólo quiero saber qué fue lo que te sucedió. Tú… dijiste que me irías a buscar… y no lo hiciste.

- Lo siento tanto, no quise dejarte ahí, sola… - hubo un pequeño silencio antes de que continuara con el relato- conté los segundos, que faltaban para perseguirte pero te quise dar algo más de ventaja así que caminé lento en un principio. Cuando pensé que era tiempo de buscarte en serio, empecé a correr entre los árboles pero no te encontraba por ninguna parte. Me di cuenta que mi idea de jugar a la escondida había sido sumamente estúpida porque tú no estabas bien, y el hecho de que me demorara en encontrarte te iba a causar más angustia de la que tenías. Estaba entre esos pensamientos cuando se me ocurrió la mala idea de ocupar mis poderes tierra.

- ¿Para encontrarme?

- Si. Traté de conectarme con la tierra para poder sentirte a través de ella. Pero todo estaba demasiado confuso. Esperaba encontrarme con una presencia bien definida pero no fue así. Al parecer te encontrabas caminando y eso me dificultaba tu localización. Me concentré aún más fuerte para encontrar el sitio exacto, sentí cómo aumentaba el viento a mi alrededor, cómo entraba a mis pulmones y me traía tu aroma. Bajo mis pies pude percibir tu presencia, pero era una sensación débil. Aún así, decidí seguir mis instintos.

- Pero no me encontraste.

- No, no pude hacerlo. Creo que forcé demasiado los pocos poderes que me quedaban. Mientras caminaba, tu presencia se hizo cada vez más tenue, hasta que desapareció. Me sentí ciego, no sabía adónde debía ir, nos sabía nada. De pronto, todo se apagó.

De algún modo, mi sentido común me decía que tenía que ser comprensiva con Lucas. Aunque las cosas no habían resultado de ensueño, por lo menos todos estábamos en buen estado. Pero había algo que no me permitía estar tranquila, había algo que me molestaba.

- ¿Por qué lo hiciste? No lo comprendo. Fuiste muy irresponsable.

- Lo hice por ti.

- Pues no debiste hacerlo.

Estaba a tan sólo unos centímetros del rostro de Lucas. En cualquier otro momento de mi vida, habría estado muy feliz por tal cercanía, pero en ese instante, sólo quería huir de allí. Me embargó un enojo sin sentido. Quería gritar, me sentía intoxicada, sucia. Me odié por causarle tal daño a Lucas.

- Lo siento Lucas, debo irme.

- ¿Qué? – su cara se descolocó en signo de incomprensión.

- Gracias por la ropa, aunque fue Marco quien me la pasó – titubeé un segundo – te la devolveré en la universidad.

Tomé mi ropa mojada que estaba en el suelo y salí de la habitación. Escuché la voz de Lucas gritando mi nombre pero no fui capaz de mirar hacia atrás.

- No mires Trinidad, no mires. Es lo mejor para los dos.

Antes de salir de la casa, busqué una bolsa en la que poder guardar mi ropa húmeda. Encontré la cocina y rebusqué hasta encontrar una.

Cuando salí de la casa Gilleman, sentí un aire renovador que golpeaba mis mejillas. Debían ser cerca de las cinco de la tarde y me tomaría cerca de una hora llegar a casa. Como estaba en un barrio exclusivo, ninguna locomoción llegaba hasta ese sector. No tuve otra opción que caminar hasta acercarme al centro de la ciudad.

Caminé. Sin pensar en nada ni en nadie. Iba como zombie arrastrando un pie a la vez, moviéndome de forma automática. No veía nada a mi alrededor. Cuando por fin tomé conciencia de donde me encontraba, busqué en mis pantalones en busca de dinero pero no encontré nada. Como había salido con Lucas, había dejado mi bolso en casa. Ahora sólo me quedaban mis pies cansados, debía seguir caminando.

Una vez en casa, lo único que deseaba era ir a mi habitación, tirarme sobre mi cama y olvidar todo lo sucedido en los dos días anteriores.

- Hola, ¿hay alguien en casa?

Silencio. No había nadie, o por lo menos, ningún humano. Pinta bajó corriendo a recibirme y se frotó entre mis piernas.

- ¿Qué pasó Trinidad? No tienes buena cara.

- Ay Pinta, tuve un día horrible.

- ¿Alguien te ha hecho daño? – los pelos de su nuca se erizaron en signo de ira.

- Tranquila, no quiero más problemas por hoy, no más por hoy.

Mi madre me había dejado una nota en el refrigerador. Todos habían ido a la casa de Carlos y me habían dejado comida lista para calentar. No tenía deseos de comer nada pero mi skillü me convención de que si no comía, mi familia se preocuparía.

Después de comer, me dirigí a mi cuarto, siempre en la compañía de Pinta. Tuvimos una larga conversación, le conté todo lo que había pasado aquel día y traté de expresar todos mis sentimientos.

Desde la llegada de Pinta a mi vida, había dejado de escribir mi diario personal porque, ahora, todo se lo contaba a ella. Sólo me guardaba algunos detalles muy profundos que me avergonzaba contarle. Sabía de mi atracción hacia Lucas pero no le hablaba mucho acerca de él; trataba de dejar sólo para mí aquel sentimiento tan fuerte y que quemaba en mi interior.

- ¿Qué debo hacer? Salí tan repentinamente de su casa. ¡Lo dejé solo y herido! Me siento terrible.

- Lo siento, no sé que decirte. Es algo que te corresponde decidir a ti.

Pinta tenía razón. La Trinidad de mi conciencia estaba segura de lo que debía hacer a continuación. El problema radicaba en que, la Trinidad real, la de carne y hueso, tenía miedo de lo que ocurriría luego.





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